domingo, 27 de noviembre de 2016

Bonita

Ella siempre me dice que me conocía antes siquiera de "conocernos". Que sabía cómo era yo y quién iba a llegar a ser. Y yo la creo. Me creo cada palabra que sale de su boca. De esa boca tan pequeñita y con los dientes descolocados más lindos que he visto nunca. Me pregunto si sabía también que un día hablaría de ella por aquí. Supongo que sí, ella lo sabe todo.

Bonita y yo nos conocimos hace ya unos cuantos años. A día de hoy aún se pasea por mi vida libremente; ella puede hacerlo. Joder, ella puede hacer lo que quiera conmigo, tiene mi permiso. Un día le dije que la persona que acabaría siendo en el futuro sería gracias a ella. Resulta que no me equivoqué porque desde que le dije esas palabras ha estado presente en mi vida de una manera u otra ─como ella dice: "aquí contigo"─, quisiera yo o no, ayudándome a hacerme persona.

Bonita es la persona más fuerte que he conocido. Es una mujer dura como una roca que siempre acaba saliendo a flote (¿será Bonita una piedra pómez?). A Bonita no le gusta llorar. A veces lo hace, claro, y siempre dice: "ya estoy llorando, ¡seré tonta!". Entonces yo la abrazo para que nadie la vea llorar, le doy un beso en el cuello y me quedo callado. Ella dice que soy el único que sabe cómo tratarla en momentos de crisis. Que tengo un don que nadie más tiene. ¿Sabéis cuál es ese don según ella? Mirarla, escucharla y quedarme muy callado. Yo no creo que sea nada del otro mundo, pero Bonita cree que si alguna mujer se diera cuenta de lo que hago, de ese don, se quedaría conmigo para siempre y nunca me dejaría escapar. Yo no lo sé. Me lo creo, porque lo dice ella, pero no lo sé.

Bonita no es perfecta. No tiene ni la más mínima intención de serlo y yo no quiero que lo sea. Me gusta tal y como es. La conozco. No sé si tanto como ella me conoce a mí, pero la conozco. Una vez, mientras íbamos de viaje ─ella conducía─, le dije que sabía con quién estaba, que sabía quién era, que sabía que era una bomba a punto de estallar y que era muy posible que me pillara en medio cuando lo hiciera. Pero que no me importaba, que nunca me había importado. Que me merecía la pena cada minuto que ella estaba a mi lado. Ella quitó una mano del volante, cogió la mía y me la puso en su pierna derecha. Era su manera de decirme: "me has descubierto. No se lo digas a nadie, por favor".

A Bonita le gusta dormir conmigo, especialmente en invierno. Dice que mis pies siempre están calientes ─a diferencia de los suyos, que siempre están helados─ y que por eso se restriega contra ellos. La dinámica siempre es la misma: primero yo le caliento su lado de la cama ─el que está junto a la puerta─ mientras ella se pone su camiseta de dormir, luego se mete en la cama, se tapa hasta la barbilla, ronronea (sí, ronronea), se gira hacia mí y mete sus pies entre los míos. Me gusta que haga eso. No sé si se lo he dicho alguna vez. Supongo que sí porque con ella nunca he podido callarme nada.

Un día, Bonita me explicó lo que era para ella estar enamorada. Me dijo que "no tenía nada que ver con quererse mucho, ni con hacer grandes demostraciones de pasión; que era sentirte tan grande junto a esa persona que te veías capaz de cualquier cosa. No cualquier cosa en plan locura, sino que esa persona te daba fuerzas y seguridad de que todo estaría bien y entonces eras capaz de cualquier cosa. De sentirte grande". Yo la escuchaba tumbado en la cama sin tener ni idea de que un día yo me enamoraría de ella y comprobaría que tenía razón. Como siempre.

Uno siempre tiende a pensar ─al menos cuando se es joven─ que su historia de amor es siempre la más pasional y romántica del mundo. Yo no estoy hoy aquí para arrebataros ese honor. Vuestro es si lo queréis. No estoy aquí para dar lecciones de amor a nadie porque aún a día de hoy sigo sin saber muy bien cómo se juega a eso. Simplemente estoy aquí para presentaros a Bonita. Mi Bonita. Vais a oír hablar de ella a menudo.

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