sábado, 28 de enero de 2017

Un día normal

Son las seis de la mañana y mi gato se ha despertado. Aún está bajo el edredón ─duerme conmigo─, así que lleva poco tiempo despierto. He debido moverme o, yo qué sé, ¿respirar?. Todavía falta una hora para darle el desayuno, pero él no parece estar muy de acuerdo.

Las siete. Ahora sí; empieza oficialmente mi día. Desayuno para el gato. Nada para mí. Me lavo los dientes, agua en la cara, me peino un poco, me visto deprisa, le doy un beso al gato y me voy al gimnasio. Son las siete y media. Hace frío en la calle.

Ocho y media. ¿Ya? Al menos eso es lo que marca el reloj del gimnasio. Mierda. Estoy acabando mi rutina y voy un poco tarde. No me gusta estar mucho tiempo ahí metido ─a ver, me gusta el gimnasio, pero más de una hora lo considero una absoluta y total pérdida de tiempo.

A las nueve menos cuarto el pan recién hecho ya está colocado en las estanterías de la panadería. La panadera y yo tenemos un acuerdo. Yo le enseño cada día una foto graciosa de mi gato y ella me guarda una barra de pan de la hornada que se quema más de la cuenta.
─¡Ay, qué gracioso es tu gato, Ícarus!
─Un trato es un trato, ¿dónde está lo mío?
─De verdad, no entiendo cómo puede gustarte el pan así de negro.
─Eso es asunto mío. Mételo en la bolsa antes de que alguien nos vea.

Son las nueve cuando abro la puerta de mi casa y descubro que el gato ha decidido dejarse parte del desayuno para más tarde ─chico listo─. La casa está calentita porque dejé la calefacción puesta antes de irme. Me desnudo. "Esta ropa directamente a la lavadora, que hoy toca de color" ─le digo al gato, como si me entendiera─. No bebo café. La ducha es mi café. Soy un hombre nuevo al salir. Debería afeitarme. Odio afeitarme; me dejaré barba una temporada.

Nueve y media de la mañana y todo el día por delante. Mi año sabático conlleva no tener que ir a trabajar; sin embargo el TFM necesita de mi cariño ─al igual que el gato, que me lo hace saber subiéndose encima mía mientras trabajo.

Once y media. Creo que aún hace frío ahí fuera. No importa; necesito salir a dar una vuelta. Aquí es demasiado bonita para mirarla desde a ventana. Voy por una calle por la que no había pasado nunca y descubro que lleva a una plaza diminuta pero muy bonita ─suspiro─. Como diría Casey Neistat: "God, I really love this city!".

Me gusta comer pronto ─el hecho de que no desayune quizás pueda tener algo que ver─. Son las doce y media y empiezo a preparar el almuerzo. El gato me mira desde su alfombra de esperar. No tiene hambre porque se ha comido los restos del desayuno. Aún así tengo que echarle su almuerzo porque, al igual que yo, es animal de costumbres. Además, por algo está en su alfombra de esperar.

Una y media. Cuando vivía allí, echaba siesta a esta hora. Tenía que hacerlo para rendir ─recuerdo: tres trabajos─. Aquí no hay siesta, al menos para mí; el gato ya duerme encima mía. Yo, mientras, calculo a qué hora tengo que salir de casa para ir al máster.

A las tres y cuarto; a esa hora cojo el autobús. Hoy me esperan cinco horas de clase encerrado con los del máster. No se aprende gran cosa allí ─el máster es bastante lamentable─, pero estar, hablar y reír con esos cabrones es un regalo. Más que ir al máster voy donde mis amigos.

Las nueve; justo a tiempo, la cocina del bar acaba de abrir. Entramos todos ─a duras penas; somos más de veinte─. El del bar ya nos conoce. "¡Hombre, los del máster!" ─dice siempre al vernos aparecer por la puerta─. Me sigue pareciendo increíble la suerte que he(mos) tenido. Cuando pienso que éramos completos desconocidos hace tres meses... Y lo unidos que estamos ahora.

Son las once al llegar a casa. La luz del extractor de la cocina sigue encendida ─obviamente, la encendí yo─. El gato me espera ─en su alfombra de esperar, claro─. Está un poco mosqueado porque he tardado más de la cuenta. Se le pasa cuando le hablo y le pregunto por su día mientras le rasco la barriga.

A las once y media estamos todos cenados ─gato y humano─. Ahora toca sentarse un rato en el sillón de la tele. Yo hago como que me interesa lo que están echando mientras miro con cara de amor a mi gato ─que se ha quedado dormido encima.

Las doce ─más o menos─. Es la hora de acostarse. No sin antes dar rienda suelta a mi TOC; tengo que comprobar que todo está cerrado y apagado. Tres veces. Tres. Maldito TOC. Me meto en la cama y enciendo el mp3 para escuchar la radio ─sí, aún tengo mp3 y sí, duermo con la radio. Con programas antiguos de "Milenio3", para más señas.

El gato se sube a la cama. Debe ser casi la una. Levanto un poco el edredón para que se meta debajo. Se hace una rosca junto a mí, me amasa la barriga y ronronea. Que un gato te amase significa que te quiere. Significa que está tan a gusto contigo que le haces recordar cuando eran bebés y amasaban las tetas de la madre para sacar leche. Es un reflejo que se les queda de cuando estaban calentitos, seguros y felices con su madre. Yo pienso en ello y no puedo evitar sonreir segundos antes de quedarme dormido.

Un día normal aquí.

2 comentarios:

  1. https://www.youtube.com/watch?v=keFBEoBy0zY (FLIPOO, who the hell is heeeee?)
    Así que un día normal aquí. La verdad es que envidio muchísimo tu rutina de gimnasio. Yo no la tengo. Mi rutina es levántate a las seis y "ya veremos, querida". ¡Y no sé cómo puedes dormirte con la radio puesta! Yo sería incapaz. Presto máxima atención. De hecho, es la que me despierta por eso.

    En fin, Ícarus. Parece que tienes días estupendos en una ciudad estupenda. La verdad es que una anda ya con la curiosidad de saber qué ciudad es.

    Un abrazo,
    P.

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    Respuestas
    1. Ese es Casey Neistat. Se hizo muy famoso en youtube hace un par de años. Yo le "conocí" mucho antes, cuando apenas lo hacía nadie.
      Lo del gimnasio. No me gusta levantarme a las 7, pero o lo hago o pierdo el día. Así de duro.
      Lo de la radio. ¡Esa es la clave! Por concentrarme en lo que dicen me entra sueño.
      Con respecto a dónde está "aquí"... El tiempo lo dirá.
      ¡Abrazo enorme!

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