lunes, 27 de febrero de 2017

Una de besos

─¡No te lo quites! ─me dice Bonita─. Y la barba tampoco, eh ─añade.
Mi intención a menos de una semana de empezar las prácticas era quitarme el piercing, la verdad. Así se lo hice saber a los del máster, a mi núcleo duro.
─Creo que me voy a quitar el piercing para dar las clases.
─¿Y eso?
─Pues porque bastante trabajo cuesta ya que me respeten los adultos, como para encima llevarlo puesto delante de treinta adolescentes.
─Hombre, visto así... ─decían algunos.
─Pero, tío, va a ser muy raro verte sin piercing ─comentaban otros.
Pero al final he pensado que "fuck everything"; seré el profe del piercing.

Tengo y guardo muchos momentos asociados a mi piercing. Recuerdo por qué decidí hacérmelo ─no tanto por qué lo decidí tan a la ligera─. Recuerdo a mi padre reconocer que ─a pesar de odiar esas cosas─ le gustaba cómo me quedaba. Recuerdo a mi abuelo mirar embobado mi labio inferior con cara de cariñosa desaprobación. Recuerdo estar en el suelo de la cocina mientras Rinja ─uno de los niños a los que cuidé en Finlandia─ tiraba de él sin parar de reír. Pero, sobre todo, cuando pienso en mi piercing recuerdo a Bonita.

Bonita me conoció con piercing. De hecho fue lo primero que conoció de mí, antes siquiera de escuchar mi voz.
─Hola ─me dijo justo después de besarme, aferrada aún a mi camiseta.
─Hola ─respondí yo un poco sorprendido, pero a la vez curioso y ansioso de más.
─Ven, tengo el coche ahí fuera ─me dijo sonriendo y cogiéndome la mano. ¡Ay, esa sonrisa! Esa puta sonrisa.
Así fue como Bonita y yo nos conocimos. Dos completos desconocidos besándose en la terminal de una estación. Entrelazados por una especie de eslabón ─mi piercing─ que parece mantenernos unidos desde entonces. 

─Se me hace raro besarte y no notar tu piercing ahí.
Bonita y yo llevábamos varios meses separados por aquel entonces; ya no estábamos juntos ─oficialmente, que no sentimental y emocionalmente.
─A mí no, la verdad. Al poco tiempo de tenerlo me acostumbré y casi ni me daba cuenta de que lo tenía.
─Yo sí me daba cuenta. Ven aquí. Sigue besándome.
El piercing no estaba, pero el pequeño trozo de metal parecía haber creado una especie de campo magnético entre nuestros labios.

Dos años después de aquello, montados en un autobús, de camino a no sé dónde, trasladé a Bonita un pensamiento.
─Estoy pensando en volver a abrirme el piercing.
─¡Sí, hazlo! ─gritó Bonita, emocionada.
─Reconozco que fue un error quitármelo y lo echo de menos.
─Uf, más de menos lo echo yo, créeme ─y me besó.

─Oye.
─Dime.
─Te echo de menos.
─Y yo a ti. Mucho. ¿Cómo estás?
─Me he vuelto a abrir el piercing.
─¡Serás cabrón! ¿Ahora que no estamos juntos?
─Ya te dije que me lo estaba pensando.
─¡Pero eso fue hace un año! En fin, no importa. Ya lo veré. Y probaré. También echo de menos tu piercing.

Hoy os he traído fragmentos, momentos de una larga historia; la historia de mi piercing. Una historia ─cómo no─ en la que también aparece Bonita. Bonita, mi piercing y yo. Una cadena irrompible.

4 comentarios:

  1. Interesante historia. Tienes una forma muy cercana de escribir!
    Seguro que eres alguien interesante de conocer jajajaja

    Un besito y sigue así!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, Mir. La verdad es que abrí esto sin saber muy bien qué estilo utilizar para escribir mis entradas y al poco tiempo me di cuenta de que lo mejor era escribir lo más natural posible.
      Un abrazo.

      Eliminar
  2. Después de esta entrada, creo que ya estamos todos enamorados y enamoradas de Bonita.
    Me ha encantado, como siempre.
    Un abrazo,
    P.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ella consigue que sea fácil quererla.
      Aquí seguimos, P. Un placer, ya lo sabes.
      Abrazo.

      Eliminar

Ya que has llegado hasta aquí...