martes, 27 de diciembre de 2016

Luz

   Mi gato se ha quedado dormido; aprovecho para escribir. Quiero a ese melón con toda mi alma, pero se hace un poco difícil hacer cosas con él encima a todas horas. Los que tenéis gato supongo que me entendéis.
─Papa, ¿estás comiendo? ¿Qué tal si me siento en tus rodillas y alargo la manita para intentar robarte algo del plato?
─Papa, ¿escribes? ¿Te importa si trepo por la silla y me cuelgo de tus hombros?
─Papa, ¿estás meando? ¿Puedo mirar dentro del váter? Ni notarás que estoy ahí, te lo prometo.
   Pero hoy no estoy aquí para hablar de mi gato. En la entrada anterior mencioné a mi amiga Luz; hoy voy a hablar de ella.

   Conocí a Luz hace cuatro años. Por entonces ella era aún más insultantemente joven de lo que sigue siendo ahora. Le saco los años suficientes como para notar el salto generacional. Aún es ingenua, inexperta y adorable. La vida y los años todavía no han hecho mella en ella. Es un placer verla crecer y pasar por las mismas mierdas por las que todos hemos pasado ya. Luz es mi ojito derecho.

   A blogger le debo muchas cosas ─hasta aquí puedo quiero leer─, una de ellas es Luz. Todos estos años Luz y yo hemos vivido separados por cientos de kilómetros, aunque la distancia nunca ha sido excusa para dejar de vernos al menos una vez al año ─siempre en una ciudad distinta─. Este verano, en un pueblo perdido en mitad de Castilla, me contó que estaba dándole vueltas a la idea de venirse aquí a vivir. Imaginad mi sorpresa y alegría; después de tantos años, había una posibilidad de acabar viviendo en la misma ciudad. Tres meses después, la posibilidad se había hecho realidad y yo me encontré de pie junto a las vías del tren esperando a que mi amiga llegara a la ciudad.

   Nos llevamos muy bien. Ella ve en mí al hermano mayor que nunca tuvo y yo veo en ella a la hermana pequeña que nunca tuve. A Luz le gusta venir a mi casa después de sus clases ─también está haciendo un máster, igual que yo─, jugar un rato con el gato, que le haga tortilla de patatas y, después de haber fregado los platos, contarme sus problemas.
─Bueno, Luz ─le digo dejando el vaso en la mesa─, ¿me vas a contar ya qué te pasa?
─¿A mí? No me pasa nada ─me responde siempre con cara de extrañada.
─Luz...
─Vale, está bien. Te lo cuento.

   A ella le gusta escuchar mi opinión porque cree que soy la voz de la experiencia y la razón ─¡yo!, ¿no es adorable?─. Yo la escucho siempre con una medio sonrisa en la cara porque me hacen gracia las cosas que para ella son importantes. Ay, criatura ─pienso mientras la escucho─, si tú supieras lo que te espera. Cuando termina de contarme su terrible problema se calla, esperando que yo le diga lo que tiene que hacer. Yo ─que cuento con ventaja por mi edad, obviamente─- le doy mi opinión ─que no consejo─, pero siempre reservándome la mejor parte, la parte de mierda, para que se tope con ella y aprenda. Cuatro años viéndola tropezarse y hacerse mayor. Parece mentira.

   Hoy, hemos quedado para desayunar. Mientras apuraba mi manchado, Luz ha sacado algo de su bolso y lo ha puesto encima de la mesa.
─¿Qué es esto?
─Tú ábrelo.
Era un libro. Un libro de verdad, impreso por una editorial. Su foto aparecía en la contraportada. Un libro escrito por ella.
─Luz, ¡¿y esto?!
─No os quise decir nada porque es una tontería ─dijo sonriendo.
A mi pequeña Luz le habían publicado su propio libro.

   Es difícil no sentirse orgulloso ahora mismo. Luz vale mucho, yo siempre lo he sabido; ahora la gente está empezando a verlo también y eso es maravilloso. No tengo mérito alguno en lo que ha conseguido, lo ha hecho ella solita. Pero quizás en un futuro, leyendo algún libro de mi amiga Luz ─la escritora─, deis con una historia de tortilla de patatas y confesiones de madrugada. Sabed entonces que mi amiga habrá considerado importantes esos momentos. Igual que yo los considero importantes ahora mismo con unos cuantos años más.

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